El tiempo se ha transformado en una variable que me maneja, cuando debería ser precisamente lo opuesto. Las decisiones que uno va tomando van generando compromisos que a veces se transforman en horarios exhaustivos. Después de haber estado en una agencia de publicidad por tres meses -muy entretendo, por cierto-, llegué a una oficina de arquitectura para un concurso, el cuál ganamos, no sin polémica en el medio -no somos un lugar ni de buenos ni malos perdedores -no sabemos perder-, y más que buenos ganadores; puros winners-, y ese resultado permitió que me quedara en la oficina. Al fin metido en el tipo de trabajo "ideal" para el que uno estudia. Al fin dando el paso por el que hay que pasar y resignado que por ahora son pasos los que hay que dar, y no saltos. Aprendiendo harto, y trabajando más. Por ahora las preguntas se quedaron tranquilas en ese campo. Me decían hace poco que a veces me complico de más. Pueden tener razón.
Por otro lado, mucha música, mucha niña de blanco nerviosa, ramos, Raffaellas Carrás, Reggetón, y ponte más reggettón, poco sueño y mucha ojera. Mis amigos alegan que no los veo, y tienen razón. Mi cuerpo me está cobrando sentimientos. Chuck Pallaniuk habla de los "ruidoadictos", que es una manera de decir "silenciofóbicos". Puede que nuevamente me haya metido en un estado silenciofóbico; muchas veces uno se llena de cosas para no tener que hacerse muchas preguntas, o va a un mall el domingo en la tarde para no estar con uno mismo. Estar solo puede ser abrumador -sobre todo los domingos-.
Hace unos días tuve que hacer hora, y decidí ir a ver a una prima. Toqué el timbre, y se sorprendió. La gente ya no se visita sin avisar. Dentro de los 33 minutos de celular que hablamos los chilenos al día, debe haber un gran porcentaje inútil, y dentro de eso decidí deliberadamente no incluirla. Fue tan bueno para los dos, pues yo no quería estar solo y la pillé en un momento en que lo mejor era que estuviera acompañada, y ella estaba justo en el estado en que uno no se anima a llamar a nadie. Las cosas parecen grandes cuando uno no las compara (eso, en un almuerzo en mi casa en día domingo, se prestaría para múltiples y tortuosas lecturas), y una buena visita inesperada puede hacer que uno se descetralize. A fin de cuentas, las visitas programadas o avisadas se parecen más a una cita y uno la concerta o acepta cuando tiene ganas, y por ende no hay sorpresas... pueden ser menos auténticas. Apostaría qe Alfredo Lamadrid lleva de improviso a sus invitados, y por so logra tanta lágrima. Tomás Cox debe de llamarlos con meses de anticipación.
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on Tuesday, April 03, 2007 at 8:36 PM.
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