La semana pasada pasé a ver a -como prefiere ella ser llamada - mi abuelita. No nos veíamos hace tres meses, pues yo estaba de viaje. Le llevé el regalo que le había traído y nos sentamos un buen rato post-pega a que yo le contara de mi viaje mientras me tomaba una taza de té. Ella, a sus dignísimos noventaysuficientes me preguntaba por todos los lugares en los que habia estado, con una curiosidad envidiable y una memoria paquidérmica, e hicimos hincapié en todas las ciudades en las que ella alguna vez había estado y que coincidían con las que yo había visitado. Me sorprendió lo vívido que tenía cada uno de los lugares; el cómo se acordaba de nombres de pueblos, de donde estaban los hoteles, de los bailes a los que había asistido, y de las anécdotas que seguía asociando a cada uno de los lugares. Es increíble además, el cómo a ella le gusta oír lo que la gente le cuenta y cómo sentí que ella se incluía en mi viaje, y a decir verdad, era tan bien descrito lo que ella me contaba que me incluía a mi en el suyo. A fin de cuentas disfruté más de sus anécdotas que contándo las mías.
Me pasa que he tomado el hábito de anotar todo lo que hago cuando viajo; de hecho, si hay tiempo incluso hago dibujos. Me gusta la posibilidad de anotar las cosas como van apareciendo, y cómo se superponen crónicas, con direcciones, nombres, dibujos, etc, y que al pasar las hojas de la croquera uno va viendo el proceso cronológico de lo que pasa. Pero ahi está también una parte de la memoria que deliberadamente delego. El hecho de tenerlo todo anotado me permite olvidar los nombres de las ciudades, o de la gente que conozco, pues está la constatación ya hecha. Hago la salvedad de los dibujos, que obligan a tener que entender lo que uno está mirando para que quede medianamente parecido. Pero de todas formas es como con los celulares, que uno nunca más se supo teléfono alguno de memoria. Me pasó lo mismo en cuanto a la fotografía: en algún momento me interesé por el tema, tomé cursos y comencé a usar una cámara totalmente mecánica que heredé de mi papá. En un viaje anterior saqué 17 rollos fotos. Estuve ahorrando como 6 meses para revelarlos -era estudiante. Ahora que soy todo un profesional me tomaría solo cinco y medio-. Pero el hecho de tener que mover varias perillas, ajustar manijas y oprimir botones hacía que más que sacar fotos, uno se acercara más al -como llaman los fotógrafos- hacer fotos (si uno asume que de todas esas fotos solo el 8% merecía ser mostradas.. no solían salir muchas buenas). Para este viaje, decidí modernizarme y simplificar mi vida y me procuré una cámara digital. Quería algo sencillo que pudiera llevar en el bolsillo y que me evitara un bolso extra. Compré una ganga con millones de megas en capacidad, lo que significó que saqué más de 5000 fotos en 3 meses.... ¡5000 fotos!. Como la tecnología lo hace todo fácil y accequible, uno no piensa y anda apretando el botoncito todo el día. Eso hace que el tiempo que uno se toma para detenerse y mirar sea menor. Si sale mala la foto se borra -se puede corroborar de inmediato-
Ahora todo se reduce a un tema de tiempo; no detenerse, y seguir, que se puede estar perdiendo algo. De hecho, la posibilidad de registrar las cosas con elementos externos evita el tener que guardar las cosas en la cabeza. Para qué descibir algo cuando es mucho más claro una foto. Bueno... ahí está el meollo del asunto. Mi abuela puede contarme como era la arena de las playas donde estuvo, o el olor que había en algún puerto; lo que comió en algún restaurant, o el color de la corbata de los tipos que cortejaban a sus hijas.... yo tendría que ver la foto. Quizás ya no hay el mismo tiempo para viajar... mi abuela hizo su viaje en barco, le tomó 21 días llegar a puerto en barco, y su viaje fue de 6 meses... acarreó varios baules, y yo me demoré 24 horas en llegar al mismo lugar y todo lo que necesitaba cabía en una mochila. Pero el modo de usar el tiempo de mi abuelita... el tiempo de ocio, hizo que su memoria se ejercitara de una manera mucho más libre y profunda. En cambio yo, quizás en la mitad del tiempo estuve en el doble de lugares; los medios de transporte todo lo facilitan, pero no tengo las cosas tan claras como ella.
Lo que más me costó, y hoy aún me cuesta es el elegir no hacer nada... el destinar el tiempo a perderlo; tiempo de ocio. Es precisamente ese uso el que permite aprovechar tantas cosas que no son evidentes; el fijarse en olores, colores, situaciones, el mirar a la gente, y tantos etcéteras más.
Y me pasa ahora, que ya estoy de guata haciendo cosas, que me cuesta determinar días para perderlos... y si uno busca hay tantos lugares perfectos para eso en Santiago... lo complicado es independizarse de la propia agenda. Y ahi estamos... empezando los movimientos subversivos.... el cuartel general al parecer es la casa de mi abuelita.
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on Monday, October 23, 2006 at 8:04 PM.
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